martes, 6 de agosto de 2019

Día UNO

La mañana no inició, porque sólo se extendió la noche. Y cabían dudas, pero había más certezas, de esas profundas que sólo uno entiende cuando sabe, sin argumentos válidos -pero con seguridad- que hoy es el día.

Entonces el insomnio no cesó ni el dolor físico que antecede la poderosa vida. Ella ahí tendida, volteándose, sentada, de pie, con el guatero, con el calienta camas, con el dolor aunque rezara; y aunque sintiera alegría.

¿Qué hacer en aquel escenario de una obra que no protagonizas, que espectas, y como tal perteneces al set, pero no actúas.

¿Cómo aconsejar si no sabes? ¿Cómo entenderlo si sólo lo ves?

Y es cierto, lo sufres. Porque ves el dolor y sabes que sólo queda acariciar y amar lo más posible, porque no hay regreso a la paz hasta el clímax de la historia, que por cierto, tiene varios capítulos que le anteceden por ahora.

Y algo, sostenido en la virtud de la ignorancia, mas bien en el instinto, nos convence a salir, a movernos. Como en una historia de sobrevivencia en donde el movimiento es vida, emprendemos viaje 60km al norte, donde decidimos conocer y saludar por primera vez a ese ser, que extrañamente, y a diferencia de todos los otros seres que han pasado por mi vida, no existía antes de mí y es de mi sangre a la vez. Ese ser que inimaginablemente amas antes de saber como es, y que según esa intuición profunda que le llaman instinto, te obsequia amar sin condiciones.

En aquel viaje de carretera, como en más de alguna película, la música de la radio acompañó el momento: "You Could Be Mine" de "Guns n' Roses" sonó cuando elevé el volumen y pude capturar melodías entre tantos pensamientos múltiples. Entonces sentí que montaba en rumbo al futuro mientras el viento acariciaba mi rostro golpeándome con la incontenible realidad surrealista de esas horas. Y caí en la música, elevado al misterio de una mente en blanco que llena de sensaciones iba en vaivén sorfeando un pentagrama que con mi compañera de vida hacíamos una quinta y en pocas horas nacería la octava necesaria para completar un armónico acorde en SI; un SI mayor que hace honores también al lenguaje de la aprobación y el asentir al desafío de vivir. Un SI que en sí le rima a Abigail y compone la sonata perfecta para el amanecer y abrirse al sol.

Quien iba a pensar que finalmente lo evidente se expresaría a segundos de volver a tomar la bocanada de aire necesaria para ceñirse de pies sobre la tierra antes de saltar al abismo de una aventura sin fin; con mi compañera de vida ahora somos otra era en nuestras vidas: propias y en común.

Y esa sensación de saltar sin aire para gritar obliga a tragar aire mientras caes, entonces más profundo se vuelve el vértigo de lo incierto. Porque por mucho que se lea o se escuche, por mucho que se piense o desee, el calor del sol se disfruta sólo cuando desnudo se apodera de nuestras sombras.

Por un momento el tiempo acompañó mis preocupaciones y le vi al reloj la cara tantas veces que por ocasiones me topé con la misma posición de las agujas. Las ansias, el temor, el miedo, el goce, la plenitud, la vida en todos sus colores y sabores. La vida expresada en sangre y fluidos que unen las cloacas con la pureza, las sombras con la luz y el miedo con la dicha. Y entonces decidí tocar el miedo un rato para abrir más grande los ojos y sentir más sangre en mi pecho, para dejar así de lado las ansias y disfrutar lo efímero del paraíso, oliendo la sangre y los fluidos que obligan a entender que no venimos del cielo y somos carne, absorbiendo tantos colores que me fui a negro para luego rebotarlos todos y sentirme luz cuando alumbró un nuevo sol para esta primavera.

Y aquí me quedo corto desde la intención hasta la imposible descripción de ver tus ojos en coordinación perfecta hasta los míos, aunque sepa que no me ves, aunque sepa que no me sabes padre, pero me buscas. Habiendo tanta novedad tras alumbrar me ves a mí y yo ahí me quedo oculto en tu mirada dulce, en una milésima infinita como el cielo e irrepetible como el mismo tiempo. Imposible no sentirme tuyo y a ti mía, aunque claro queda que lo único que poseo de ti es la suerte de ser tu padre algunos años de mi vida, algunos años de tu vida y en esa virtuosa luna quiero hallarte: cuando de mí dependa señalarte el norte y así navegues en tus mares en reseña de mi estrella a barlovento con el aliento de tu madre.

Por cierto, a tu madre la amo ahora más, porque le agregamos más adrenalina a esta zaga que en su última trilogía abrazaremos sin ti, o contigo pero en otro núcleo.

Por último, escribo este relato por si de mi voz no pudieras oírlo o porque simplemente la memoria es frágil y la única forma que hallo para encapsular este momento es este medio. Quiero que sepas que aunque no sabemos cómo, si sabemos qué, por instinto o yo que se.

Por mientras dejaré tres puntos a estas líneas porque queda mucho por escribir...


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Jorge Galaz Acevedo

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