martes, 6 de agosto de 2019

El Ave de la Cordillera

Un grupo de aves se posaron sobre una rama tras la gran erupción del volcán. Diez se ubicaron al sur y otras diez al norte de esta. Por el centro, una enorme cordillera las cargó sobre la joroba más alta, cual si la rama fuera una balanza. El precipicio era tal que el pavor las acechaba y aunque todas podían volar, algunas habían resultado heridas y quizá no podrían hacerlo por mucho tiempo. Los fríos vientos de la cordillera las mecían de vez en cuando y el sol sobre la nieve las encandilaba. Un día la rama se meció durante un fuerte temporal y tres aves cayeron a la lava. Inteligente entonces, hubo un ave que voló y se mantuvo cerca de la rama hasta que se volviera a estabilizar. Quizá por miedo, valentía o instinto, otra voló, pero se marchó lejos y sin mirar atrás, entonces una de las aves que se encontraba al sur de la improvisada balanza dio pasos agitados hasta posarse al centro, justo sobre la joroba para mantener la rama en su sitio.- ¡El centro debe ser mi lugar! - exclamó el ave que asechaba la rama hasta verla en equilibrio.Entonces dos aves se fueron al extremo norte y las otras dos al extremo sur para que la sexta ave pudiera volver a posarse sobre el seco tallo que las sostenía.Cuando esta ave cargó su peso sobre la rama, la que estaba temporalmente en el centro entendió que su lugar ya no era necesario sobre la joroba, entonces debía moverse y se ubicó al sur.El ave que regresó exigió poder sobre aquella ubicación y preferencias cuando hubiera que tomar el centro de la rama.El ave que creía que no podía volar asintió para no perder un puesto y así caer al precipicio.Pasaron dos inviernos hasta el último temporal, y una desgarradora erupción causó daños tales que obligaron a volar a dos aves más. Ya sólo quedaban tres aves sostenidas sobre la rama, que a su vez mantenían esa rama en su lugar, sobre la joroba más alta de la inmensa cordillera.La rama ya no era la misma de un comienzo, el calor del volcán, los fríos inviernos y el arañazo constante de las garras que apretaban firme para no caer, ya incluso la tenían con trozos menos y estaba más corta cada vez.Entonces las aves se vieron obligadas a estar más cerca entre sí, lo cual mantuvo más el calor entre ellas. El ave que se posaba al centro era la más protegida.Una noche la cercanía provocó jolgorio entre la nostalgia por aquellos días en que eran diez y no tres, también por la suerte de seguir vivas y unidas en un mismo fin ante tan dramática historia.Luego, la cercanía ya era estorbo, entonces el ave que alguna vez reclamó el centro decidió marcharse: soñaba con volar y vivir la aventura de compartir ramas con aves en la joroba de otra cordillera nevada.Entonces sólo quedaron dos. Por más que lo desearan, ambas aves se veían en la indeseada obligación de apartarse de la joroba o volar al mismo tiempo para mantener la rama en su posición, sin embargo, abandonar este seco tallo y dejar que este cayera, desde el nevado más alto de la cordillera dentro del volcán, al final del inmenso precipicio, no era opción. No podía serlo después haber luchado tantos temporales, tantos veranos al sol y tantos inviernos soportando la inclemencia del tiempo y el poder de los años sobre aquella rama. Sentían que incluso, estar vivos sobre esa rama aún no era suficiente, que tanto esfuerzo merecía algo más, se sentían frustradas, solitarias -y la soledad no era su mejor amiga-. Una de ellas culpaba a las otras aves por el presente, por el abandono, por lo cobardes o egoístas que habían sido. Y toda su desazón la cargaba al ave que quedaba junto, sabía que esa ave no era culpable, pero tenía que desahogarse y no había otra que le oyera, entonces tomaba esa libertad de gritarle lo que quisiera. Esa ave herida no sería capaz de volar y entonces estaba obligada a oír lo que fuera.Había, sin embargo, una fuerza que el ave trinadora no tenía en mente, se sentía tan segura de no quedar sola debido a las heridas pasadas de la otra ave, que no dudaba en descargar sus miedos contra ella, y mientras insistía gritándole su frustración, un rayo de luz cayó sobre los ojos del ave que no creía que podía volar y se encandiló mientras oía los miedos del ave compañera, el susto fue tal que perdió el equilibrio y el instinto, sin siquiera pensarlo, la hizo saltar a su suerte, quizá caer no sería tan malo en esas circunstancias.Ese día inolvidable aquella ave voló. Desde lo alto observaba la rama que tanta estabilidad le dio por años, también, desde esa perspectiva observó lo infinita de aquella cordillera y lo más inmensa aun que era esa joroba nevada donde sostuvo sus patas para alzar su vuelo.A lo lejos, mientras el sol se hacía sentir tibio sobre su lomo y oía los trinos solitarios de la otra ave, sintió la paz que le brindó el cielo. En su corazón agitado deseaba que el ave trinadora fuera feliz ahora que la rama era suya y también el centro de esta, sobre aquella joroba nevada que tanto protegió y jamás abandonó.Mientras el viento agitaba su plumaje y el vuelo en altura le otorgaba una amplia visión, divisó un pequeño grupo de aves sobre otra rama, la que estaba a punto de caer al precipicio. Una lluvia sobre la nieve había derretido la joroba suave y blanca de esa gran montaña y ese pequeño tallo estaba a punto de ser cortado por el filo de una roca. Ante tal escenario se lanzó en picada, ubicó su cuerpo por debajo de la rama y la sostuvo con su lomo. Sus patas se hirieron sobre el filo de las rocas, pero mantuvo en equilibrio aquella rama y esas tres aves temerosas sobre ella, también los dos huevitos que había sobre un nido, por el centro de la rama.Después de esa extraña lluvia y el esfuerzo de esta ave la nieve regresó, quedando sepultada bajo un manto suave y blanco que coronaba a la montaña. Sin notarlo formó parte en la joroba de la nueva montaña más alta de aquella cordillera. Hoy es el eje de una rama que se equilibra y le da vida a tres aves, que ya son cinco, gracias a su valor, al amor desinteresado y su omnipotente existencia.


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Dedicado a mi madre, Inés.


Jorge Galaz Acevedo

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